Vale, ayer no hubo entrada al blog pero no lloréis, ¡¡porque hoy os traigo una super entrada!!
Bueno, no sé si será una super entrada pero el caso es que hoy os traigo un relato complementario de Stratocumulus, y eso mola. El relato está en primera persona desde el punto de vista de uno de mis personajes principales, Ángel, que aunque no es el protagonista de Stratocumulus es un personaje muy importante.
El relato va a ir en varias partes, esta primera parte tiene casi 5 páginas de word así que creo que lo de partirlo lo hago por vuestro bien (y por mi propia salud mental). Acepto (y casi exijo) comentarios, así que por favor si os lo leéis comentad, que no cuesta dinero. Bueno, dejo de daros la tabarra, aquí tenéis el relato.
Cambio de Perspectiva (1ª Parte)
Hoy es una tarde de verano como otra cualquiera.
Fuera, las chicharras recuerdan con su
música el sofocante calor que inunda el ambiente, que hace que las formas del
paisaje se desdibujen y el aire se vuelva pesado y difícil de respirar. La luz
del sol se refleja brillante y poderosa sobre el asfalto caliente, calentándolo
y haciendo que se peguen las sandalias de la gente que camina sobre él. Las
briznas de hierba del jardín delantero están secas pero brillantes, esperando
quietas a que un soplo de aire se las lleve al otro lado de la calle.
Lo dicho, un día como tantos otros.
Al menos aquí, dentro de casa, el calor no es tan
sofocante. En el salón, la ventana cerrada protege del aire caliente, aunque no
puede hacer nada contra los rayos de sol que se reflejan sobre el parqué y hace
que este queme como si la madera estuviese recién sacada de una hoguera. El
ventilador también ayuda, tan sólo remueve el aire pero la brisa ayuda a secar
el sudor y enfriar la piel.
Yo estoy sentado en el sofá, aunque me daría lo mismo estar sentado sobre un
asador. No sé de quién sería la idea de comprar un sofá de cuero negro, pero
estoy seguro de que no pensó que en verano se calentaría como un horno, y ahora
que lo pienso tampoco tuvo en cuenta el invierno, cuando se vuelve tan frío que
parece que te sientes sobre una roca. En serio, ¿quién demonios compró este
sofá?
Aunque más bien es culpa mía por elegir sentarme aquí. O
más bien del mastodonte que me está vigilando y que no es que me esté invitando
a buscar u sitio más cómodo, precisamente.
Yo no pretendía estar en el salón más de cinco minutos, tan sólo ver las
noticias e irme corriendo al centro a refugiarme en una fresca sala del cine y
ver cualquier mierda comercial que estuvieran echando.
Pero entonces llegaron estos tipos, y con palabras amables y unas muy mal
disimuladas pistolas bajo la chaqueta, me pidieron que esperara mientras
llegaba su jefe. El cual, aparte de tener que ser un verdadero capullo por
hacer ir a sus hombres con traje y corbata a cuarenta grados a la sombra, es un
tardón. Llevo aquí unos treinta minutos y os aseguro que treinta minutos con la
tele apagada y un tío enorme que se limita a mirarte fríamente
independientemente de que le hables sobre lo bien que le queda el traje o lo
buena que es su madre en la cama no son muy divertidos. Y dudo que él se esté
divirtiendo tampoco, sus colegas o miembros de su operativo o como demonios
quieran que se llamen a sí mismos están ocupados rebuscando por toda la casa,
como si tuviese C4 escondido entre los calzoncillos.
Bueno, tampoco penséis que estos tipos no tienen motivos
para estar violando mi intimidad y la de
mis peces, aunque ya les vale dejar de rebuscar en la pecera si no quieren
tener que fregar luego el puto parqué.
Si es verdad lo que dicen no han venido porque quieran meterme un balazo entre
las cejas, que es lo que quiere hacer la mitad de la gente que me busca. Estos
tipos pertenecen a la segunda mitad, los que me buscan para contratarme. Y yo,
mientras no me estén jodiendo mucho más tiempo con la espera, aceptaré
encantado. Me tengo que ganar el pan, así que no me vale de nada rechazar
trabajos porque el cliente sea un puto capullo. Además, si el cliente tiene
razón ese trabajo lo iba a hacer cobrase o no.
Si os digo lo que hago a algunos os pondrá en el lado de
los que me buscan para meterme un balazo o peor, de los que creen compadecerme
y me quieren enviar a un psiquiátrico. Ahí les den a todos esos, yo estoy
perfectamente.
No digo que sea normal, porque cargarse bichos que nadie más ve sé
perfectamente que no es normal, pero eso no significa que esté loco, porque no
lo estoy.
Pensaréis que nadie quiere matar a otra persona porque piense que esté loco,
pero si os digo que algunas de esas criaturas se dedican a disfrazarse de
personas normales para conseguir lo que quieren y que eso conlleva que al
cargármelas parezca que haya matado a alguien, quizás entendáis porqué hay
gente que quiere matarme.
El asesino fantasma me llaman los de la poli y la prensa, un supuesto asesino en
serie que elige a sus víctimas sin ningún móvil y que no deja huellas ni marcas
que identifiquen ni su identidad ni el arma del crimen. Me tienen por un
asesino despiadado, lo que viene a ser el dorado para cualquier periodista.
Gracias a mi “popularidad”, ha surgido la teoría de que
soy un asesino a sueldo. Y como yo no soy uno de los bichos que me cargo y
tengo que comer, dejé que mis amigos de los bajos fondos fuesen diciendo por
ahí que me cargo a gente extraña si el caso lo merece, todo a cambio de una
suma aceptable de dinero. Esto me ha acarreado varios problemillas con tipos
que me contrataban para matar a una persona de verdad y a los que simplemente
mandaba a paseo. Pero también he conseguido algunos buenos casos reales.
De verdad no os imagináis cuántos de estos bichos se ganan la antipatía de
mafias y ricos. Vamos, que no paso hambre y me ahorro tener que patearme
ciudades de cabo a rabo.
El caso es que este tipo tan amable que voy a conocer
ahora entra dentro del prototipo de cliente. Un tipo suficientemente cabrón y
rico como para tener una guardia privada pero una figura lo suficientemente
pública para necesitar que alguien con el que no se le pueda relacionar se
encargue de sus trabajos sucios. El porqué algunos bichos acaban siempre
tocándole los huevos a este tipo de gente es algo que nunca sabré, la teoría
con más peso que tengo es porque les resulta divertidísimo molestar a estos
cabrones, esto me parece más natural que pensar pijadas sin fundamento como que
“el sufrimiento del hombre malvado provoca mayor placer, que es de lo que se
alimentan” que es lo que sostiene Nala.
Ah por cierto, Nala es la dueña de la casa y
probablemente la que eligió este horrible sofá. Pero si ha sido ella le
perdonaré estos ya cuarenta y cinco minutos de puro aburrimiento, no tengo
amigos suficientes como para perderlos por un puto sofá incómodo. Nala también
es una de las pocas personas que de verdad se creen que me cargo bichos, quizás
si no fuese una gótica que cree en cosas paranormales a la que salvé de un
bicho cien por cien paranormal las cosas serían distintas, pero el caso es que
me cree y me deja quedarme en su casa cuando me aburro de vagar por moteles de
mala muerte.
Esto me recuerda que esta es, su casa y que estos tipos han estado rebuscando por todas las
habitaciones durante casi una hora. Eso significa que como estos tipos no sean
ordenados van a tener que pagar también a Nala por matar a alguien,
concretamente a mí.
No creo que se crea que unos armarios trajeados de casi dos metros y armados
hasta las trancas han rebuscado entre sus bragas y sus libros de Lovecraft para
comprobar que el tipo al que van a contratar no intenta matar a su jefe con una
bomba. Ni yo me lo creería si no fuera porque estoy acostumbrado a ricachones
obsesionados con que todo el mundo quiere matarlos, aunque normalmente me citan
en sus viviendas o en un punto neutral, no invaden la intimidad de donde estoy
sin previo aviso.
Este tipo debe de querer asegurarse de que no tengo intenciones ocultas. Puto
tarado.
De repente el walkie-talkie de mi niñera se pone a sonar.
Por su cara no puedo saber si está hablando con los otros tipos de lo limpia
que tenía la casa Nala antes de que llegasen o de si por fin va a llegar el
puto cabrón misterioso. Pero por lo que dice entiendo que ya han acabado de
registrar la casa y que van a llamar a su jefe para que tenga la bondad de
pasarse por aquí. Eso significa que el cabrón ha estado haciéndome esperar con
el culo pegado a un sofá de cuero porque no se le ha ocurrido mejor manera de
probar mi confianza. Ojalá se haya muerto asado en su puto coche.
Mi mohair personal parece ser el pringado que le toca
salir al sol de mediodía de agosto a avisar al jefe. Hacer de niñera y morirse
de calor porque su jefe no quiere llevar móvil, este tipo debe de haberla
jodido en algo gordo para que lo tengan haciendo estas cosas.
Pero el caso es que me deja solo y yo aprovecho para estirar las piernas y
cambiarme al otro asiento que hay en el salón, un cómodo y fresco sillón de
mimbre que está de espaldas a la tele.
Al cabo de un rato vuelve mi “querido” guardián. Va
escoltando a otro tipo que asumo será el jefe, o al menos tiene pinta de jefe
cabrón. Es un tipo que rondará los cuarenta y tantos, y me encantaría vacilarle
sobre el hecho de que va a contratar a alguien al que le saca más de
veinticinco años, pero su expresión de cabreo es bastante disuasoria. Este tipo también lleva un traje oscuro de un
aspecto bastante calentito, ¿es que esta gente no sabe que estamos en agosto?
Por lo demás, lo único remarcable de su aspecto es su estilo de peinado
afilado, que con el pelo cano y la cara de cabreo le dan un aspecto temible. O
al menos eso debe de pensar mi amigo el guarda, que se ha puesto terriblemente
nervioso cuando el viejo le ha lanzado una mirada asesina. Me compadezco de él.
El hombre se sienta muy recto en el incómodo sofá y manda
a sus hombres que esperen afuera, como buen cabrón de manual que es. Entonces
empieza.
-Tengo entendido que usted es el aclamado asesino
fantasma.- el tipo no se anda con rodeos, debe de haber notado lo mal que ha
elegido el asiento. Bueno, pues no se va a largar tan rápido después de tenerme
casi una hora esperando.
-Deje lo de asesino fantasma para la prensa, llámeme Ángel. ¿Usted es…?
-Eso no importa. He venido a contratarle, no a hacer amigos.- Me responde
cortante. Definitivamente tanto secretismo tiene que tener un motivo, pues lo
siento, mi casa (o más bien de Nala) mis normas.
-Ya bueno, no sé si a usted le importará su nombre, pero a mí me importa saber
con quién estoy tratando. Supongo que lo entenderá.
-Lo entiendo, pero lamento decirle que no me puedo permitir facilitarle mi
nombre. Tan sólo necesita saber que de mí dependen grandes personas y que si
recurro a usted es por algo. Así que vayamos al asunto que nos ocupa.- Su voz
se va haciendo más altiva conforme más habla de lo importante que es. Pues no
es fanfarrón el tipo… Aunque algo me dice que mejor dejar lo de su identidad
para otro momento.
-De acuerdo, ¿qué quiere un hombre “tan importante” como usted de mí?- Su
mirada de odio al marcar las comillas con los dedos me ha indicado dos cosas,
la primera es que se ofende con facilidad y la segunda que de verdad tiene
interés en mis servicios. Esto pinta interesante.
-Creo que ya se imaginará porqué estoy aquí. Necesito que se encargue de esta
persona.- Me dice, obviamente midiendo su tono para que no se le note el
cabreo. A continuación me tiende una foto, con un nombre garabateado en la
parte de atrás. –Se hace llamar Damian Sink, aunque ya hemos comprobado que es
un nombre falso. Últimamente ha estado rondando las actividades de nuestra
compañía, y digamos que sabe algunas cosas que no debería de saber.
-¿Y usted confía más en un asesino a sueldo que en sus hombres a la hora de
callar una boca?- no me fío ni un pelo de este tipo.
-No puedo permitir que se me relacione con una muerte así. Además, he oído que
no le interesan tipos usuales, así que creo que este tipo será de su agrado.
Volví a mirar la fotografía, esta vez fijándome en los
detalles. A pesar de ser una foto de mala calidad en la que se ve a la legua
que fue sacada furtivamente, se aprecia bastante el aspecto del tipo. No debe
de tener más de veinticinco años, piel pálida, pelo rojizo corto y duro de modo
que está perfectamente pegado a su cabeza; bastante normal, quizá algo guapo, si
no fuera por sus ojos.
No se aprecian muy bien, aparte de por la calidad de la fotografía, porque lleva
unas gafas de pasta negras de montura cuadrada. Pero se sienten, no sabría explicároslo, son unos ojos azules completamente
normales pero tienen algo que te hace pensar que es la mirada más fría que has
visto en tu vida. Y os aseguro que yo entiendo de miradas frías, esta no es la
mirada de alguien con odio, es la mirada de alguien que es odio en sí mismo.
Puede que el pijo este tenga razón y sea uno de mis bichos.
-Entonces que piensa, ¿acepta el encargo?- este tipo sabe
como pedir algo, definitivamente ha picado mi curiosidad. Pero eso no es algo
que se muestre a los clientes.
-Estudiaré a su hombre y si es “de mi agrado” contactaré con usted para
formalizar el pago.
-Estupendo, esperaré noticias suyas. –ante mi respuesta el tipo se ve bastante
más relajado. El tío de esta foto debe de haberle tocado los huevos pero bien.
-Claro, pero ahora si no le importa me encantaría que sus hombres limpiaran el
estropicio que han montado,-le pongo mi mejor sonrisa de niño bueno. –es la
casa de una amiga y no me gustaría que se asustase al llegar a casa.
-¿Amiga?-el tipo me mira como si hubiese oído algo gracioso. –Claro, claro.
Chicos,-dice dirigiéndose a sus hombres- dejad la casa como nueva para la amiga
de nuestro joven socio.
Se ríen como si su jefe acabase de hacer un chiste
buenísimo pero no me importa. Estos tipos van a limpiarle la casa a Nala y yo
tengo un nuevo trabajo bastante interesante.